Y de repente sonó una alarma que nunca antes había oído. Entreabrí
los ojos y vi que me encontraba en una especie de camilla que parecía la
de las consultas de los psicólogos. Con los ojos más abiertos me fijé
con unos hombres con unos trajes extraños, me vigilaban muy de cerca. Me
senté con las piernas colgando.
Llevaba puesto un camisón blanco que se
cerraba por detrás con botones. Me ardía detrás de los ojos y me pesaba
todo el cuerpo. Se me acerco un hombre que llevaba una gran máscara
‘’antigas’’ y unos trajes como los hombres de antes. Me dijo que al
parecer tenía un raro virus en el que solo se había dado dos casos en el
mundo. Seguido de eso procedió a inyectarme un líquido en el cuello.
Sentía como ese líquido recorría todo mi cuerpo, era frío y me producía
escalofríos.
Unos hombres altos y fuertes me cogieron por el
brazo y me llevaron hasta una sala con una máquina en una pantalla en
ella. Al parecer era una máquina de rayos X, en el que veían como
reaccionaba el virus ante el líquido anterior.
El virus
reaccionaba de forma agresiva, a la vez que me producía un fuerte dolor
en el estómago. De pronto caí redondo en el suelo. Estaba despierto,
pero no sentía mi cuerpo. Ese líquido, a parte de ser útil para los
rayos X, también dormía mi cuerpo. Ese grupo de hombres me engañaron, oí
que querían matarme aprovechando que estaba dormida, por eso decidí
escaparme.
Así que, aprovechando que los efectos del líquido
habían desaparecido y que los guardias estaban distraídos me escapé por
la ventana. Corrí un buen rato por el bosque de detrás del edificio y
terminé delante de una cueva donde me escondí. Tenía mucho miedo y cada
vez me encontraba peor y sentía que los ojos se me cerraban, vi una luz
blanca al final del túnel y de pronto, todo terminó, mi vida terminó.
Júlia Matamala, 2n A ESO
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