Y de repente sonó otra vez. Ese ruido extraño que bombardeaba sin
parar dentro de mí, ese ruido que retumbaba una y otra vez llenando el
vacío creado hacía tantos meses. Su cuerpo se apoderaba del mío, y yo,
sin poder decir ni una palabra, iba parando lentamente el tiempo que
transcurría rápidamente a mis espaldas, para hacer que ese instante
perdurara para siempre.
El calor de sus brazos y el olor de su perfume
hacían que aumentaran los latidos de mi corazón. Intentaba susurrar un
‘te quiero’, un ‘no me sueltes’ o decirle que ‘le echaba de menos’, pero
no me salían las palabras ya que la situación merecía que todo el
universo callara ante ella. Cada vez que él abría la boca, mis
pensamientos se alejaban lentamente y su voz era atraída por mis oídos
como el canto más dulce del planeta. Me perdía en la inmensidad del
tiempo hasta imaginarme un mundo perfecto, como el que era antes.
Llevaba meses esperando ese momento, el momento que pensaba que no
podría volver a vivir jamás.
Todas las lágrimas que había perdido tras
su imposible olvido, volvían a ser parte de mi cuerpo. ¿Cómo puedes
explicar algo con palabras si el corazón no quiere compartir con nadie
este sentimiento? Por eso no me queda más aliento para demostrar la
felicidad reencontrada después de tanto tiempo, (meses que parecen
siglos). Cuando la soledad te secuestra por el camino y huyes del héroe
que puede rescatarte de ella, por miedo a perderle en un simple
descuido, te sientes muerto, harto, cansado, triste… y no consigues
liberarte de ella.
Martina Espriu, 2n A ESO
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