Llevaba varias horas sin escuchar su voz. Los médicos decían que le
quedaban uno o dos días de vida. No estaba en coma, pero tenía una
enfermedad muy extraña y grave que le había dejado indefenso. Sabía que,
cuando el electrocardiograma mostrara una línea totalmente recta,
querría decir que ya se habría ido.
Me invadió el miedo. Empecé a
recordar todas las veladas que habíamos pasado juntos, los te quiero
que me había regalado durante todos aquellos años de mi vida, de
nuestras vidas. Amaba a aquel hombre que yacía en la cama, le quería.
Sería duro vivir sin él, seria duro despertarse por las mañanas y no
verle a mi lado.
La línea empezaba a decaer, a situarse en una
posición que indicaba que la muerte ya le rondaba. Cerré los ojos,
estuve dos minutos pensando, y de repente sonó. Un estridente pitido me
hizo abrir los ojos de golpe. Miré la pantalla del electro, una pequeña
montañita había aparecido. Llamé a una enfermera que a la vez llamó al
médico. Todos nos quedamos en silencio hasta que el doctor de pronto
exclamó algo que me hizo recobrar la esperanza, algo que me devolvió
aquella sonrisa. Puede que el tratamiento hubiera funcionado.
Helena Bonet, 2n B ESO
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