Cuando estoy con ella, parece que mis acciones están siendo guiadas por las estrellas, mientras mi mente escapa a un mundo que aún desconozco, en el que vuelvo a nacer. Mis pies me guían hacia el camino a la libertad y mis manos acarician la suave melena de esa extraordinaria criatura, que solamente está presente en mis sueños.
Tres años atrás, mi vida daba vueltas en círculos interminables. Parecía que cada día era el mismo que el anterior, sin sentido alguno, sin nada por lo que luchar. ¿Quién diría que ese muchacho admirado y querido por la gente que le rodeaba y apuesto cómo una rosa podría tener un vacío tan vasto en su interior? En una fría noche de invierno la conocí.
Adentrado en un profundo sueño, solamente mostrando oscuridad, una sombra acarició mi rostro. Sentí como un pequeño escalofrío recorría todo mi cuerpo y, tentado por el misterio de la ocasión, me dejé guiar por ese dócil enigma. Me llevó a un bosque, lleno de las flores más bellas que mis ojos habían contemplado jamás. Al llegar a nuestro destino, ella se giró, y mis ojos se clavaron en los suyos. Tenían un color verde intenso y la clara luz de los rayos de sol recortados por los árboles mostraban unos pequeños destellos azules. Nos miramos mutuamente durante un par de segundos, y ella tomó la primera palabra. “Deberíamos presentarnos, ¿verdad?”. Me dijo su nombre. Se llamaba Ayla y me contó que su nombre significaba “luz de luna” en turco. Sus gestos me fascinaban. Se movía con una delicadez y elegancia admirable, y su largo vestido blanco bailaba al ritmo del viento. Después de unas horas que pasaron como minutos, una fuerte luz me despertó de esa fantasía. “Hasta pronto” me dijo, mostrando la sonrisa más sincera que una persona, si era el caso, podía mostrar.
Desde ese día, Ayla ha seguido apareciendo en mis sueños. Un día, me llevó a ver un hermoso atardecer en la cima de una montaña, en la que le conté mis pesares: la escuela, la muerte de mi hermano menor, la presión que sostenían mis hombros en dar una buena impresión a la gente… Ella me comprendía. Ya me percaté de que ella solo era una ilusión que mi mente producía, pero me hacía sentir bien. Con ella, parecía que el mundo no daba vueltas. Al principio, me preguntaba cómo me podría haber enamorado de una persona inexistente, que tan solo era una metáfora que mi mente había creado, cómo una señal que no conseguía descifrar, pero a medida que los años pasaban, comprendí que tal vez, ella era mi refugio.
Tal vez, algún día te conoceré, te comprenderé e intentaremos entender esta peculiar forma en la que nuestros destinos se cruzaron. Tal vez eres mi destino, o puede ser que nunca te llegue a ver en el mundo real, y que sigas siendo un producto de mi imaginación. Si algún día ya no me acompañas en otra fantasía, recuerda que en mi corazón siempre habrá un hueco reservado sólo para la dulce muchacha de mis sueños.
Ariadna Burillo
2do A ESO
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