lunes, 23 de marzo de 2020

EL REENCUENTRO

Ocurría en los años cuarenta, pasada ya la guerra civil, donde muchos perdieron a sus seros queridos. Era una primavera fría, los almendros florecían tarde debido que aún quedaban restos de nieve en los picos de las montañas. Me llamo Miguel, vivo alejado del pueblo, en una pequeña casa, con mi huerto del que me alimento de mis cosechas para poder vivir. 

Después de la guerra vinieron tiempos muy difíciles, y sobreviví como pude. Me angustiaba mucho recordar aquellos fatídicos días en que mi vida cambió por completo, alejándome de mis seres queridos y de Antoñín, mi amigo, mi compañero de juegos.

Una vez regresé a Sigüenza, mi bello pueblo, me causó un dolor de estómago sólo ver las puertas cerradas las casas que de pequeño le habían visto correr con su amigo Antoñín, esa calle empinada donde les dos habían hecho mil trastadas. Cerró los ojos y aún podía oír esos gritos de niños inocentes corriendo por esas calles de polvo.

Sólo necesitaba ese abrazo de consolación, sería la mejor medicina después de lo vivido durante esos días de guerra.

Anhelaba ver esos ojos azul añil, esa sonrisa, oír esa voz alegre y campechana.
Recorrí con los ojos cerrados esas calles, mis pasos cada vez eran más rápidos, por fin llegué. La casa estaba muy deteriorada pero no perdía la esperanza, llamé, esperé, volví a llamar, hasta que de pronto vi una silueta humana que andaba muy lentamente. Pude distinguir esos pasos que se arrastraban. Esos ojos no eran el azul, la sonrisa estaba apagada y la voz muy débil. 

Antoñín se percató de mi presencia, nos pudimos abrazar, tocarnos y decidimos no hablar de lo duro que fué nuestra separación durante la guerra. Decidimos volver a ser esos niños ya adultos de Sigüenza.

IGNASI PUIGMARTÍ
2do A ESO

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