Estaba allí, estirada en la arena, notando como cada ola fresca del mar llegaba un poco más allá de mis rodillas, y se volvía hacia el mar. Estaba tumbada hacia
arriba contemplando ese precioso cielo de verano al atardecer acompañado por unos
pájaros que volaban a lo lejos, quién sabe dirigiéndose hacia dónde.
Me medio levanté de tal forma que estaba sentada con las camas alargadas y con las
manos detrás de mi espalda sujetándome para no tirarme atrás. Y me quedé durante
un buen rato simplemente contemplando cómo una maravillosa y enorme esfera
amarillenta se escondía detrás de ese mar de agua celeste.
Cuando el sol se puso ya, me giré con la barriga en la arena y me volví a estirar
mientras, a unos cincuenta metros, contemplaba la casa de la playa.
Una casa con un color azulado veraniego hecha de madera y con un porche en el que
mi abuelo, desde ya hacía horas, se había quedado dormido en una silla mientras se
balanceaba suavemente. A través de un gran ventanal de cristal podía ver
cómo mi madre se había instalado en la habitación de lectura con un café calentito y
cómo se sumergía libro tras libro en esas "extrañas historias", como decía ella. La
habitación de lectura estaba formada por un par de sillones y un sofá “vintage”, y al fondo, unas grandes paredes con estanterías de madera llenas de
libros. Aunque la casa de la playa no era demasiado grande, cuando entrabas en esa
sala con estanterías tan altas, te daba la sensación de que sí era grande.
Cuando estaba allí tumbada creo que me dormí, porque no recuerdo demasiadas
cosas pero sí que estuve allí durante mucho tiempo. Cuando me desperté
vi que debajo de unas enormes palmeras al lado de la casa había algo fuera de lo
normal. Me acerqué y vi una cajita dorada bordada con flores preciosas y cristales
muy bonitos.
La abrí. Costó un poco porque era bastante vieja, se veía que
llevaba mucho tiempo allí sin que nadie le hiciera caso o sin que nadie la viera. Cuando la abrí vi una flor marchitada y muy seca con una nota pegada a su tallo
que decía “para Laura”. Al lado de la florecita había doblado un papel arrugado y sucio. Lo abrí y lo leí mentalmente:
“Tu pelo es fuego invernal, tu voz es un canto angelical, y cuando yo a ti te veo, no sé
cómo explicarte lo que siento”
Juan Miguel
-... Juan Miguel....¿Juan Miguel?
Cogí la caja con la nota y fui corriendo hacia la casa de la playa en búsqueda de mi
abuelo.
-¡Abuelo, abuelo despierta!-Le dije sobresaltada y con curiosidad.
-Ay, hola cariño,¿que quieres?-Me dijo medio dormido aún.
-¿Reconoces esto?-Entonces le enseñé la nota y la cajita
-Uau, sí. Hacía mucho tiempo que no veía eso.
-¿Lo escribiste tu abuelo? le pregunté con aún más curiosidad
-Sí, se lo escribí a tu abuela cuando nos conocimos- Me explicó- Fue hace mucho
tiempo, cuando tu abuela y yo nos conocimos, de jóvenes, éramos muy buenos amigos. Un
verano la invité a venir a la casa de la playa con mis padres, y los suyos claro, y
aceptaron. Un día, durante un atardecer como éste le dediqué este poema, ya
que desde que la conocí siempre me había gustado mucho. Me volvía loco su pelo
pelirrojo precioso y su maravillosa voz al cantar. Entonces ella y yo decidimos enterrar
eso allí para cuando fuéramos mayores , ir a desenterrarlo, pero antes de que eso pasase ella
falleció, y nunca pudimos recuperarlo.
Me alegro mucho de que lo hayas encontrado
tu, Cristina. La verdad, espero que cuando seas mayor te puedas casar con un buen
hombre y que os lleguéis a querer tanto como yo quise a tu abuela.
Me quedé un momento sin aliento, entonces lo abracé sin decir nada, y los dos
empezamos a llorar.
Anna Cantín
2do B ESO
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