¡Hola! Soy Román,
tengo 13 años y soy de Mérida, la capital de Extremadura. Aún que se podría
decir que también soy de Cádiz, ya que cada verano viajo allí para visitar a
mis abuelos y parientes lejanos. En el viaje de este año he ido recuperando
felices recuerdos de la infancia, recuerdos sobre los mejores veranos de mi
vida.
En el mes de agosto
de 2009, los nuevos vecinos de la casa de vacaciones se presentaron en nuestra
puerta con un regalo para mí. Lo abrí impacientemente cuando me encontré con un
flotador deshinchado de color amarillo chillón. Era un flotador, lo sé, no era
la primera vez que veía uno, pero era diferente.
Gracias a aquella
visita inesperada, conocí a un niño muy especial, él era Fabio, el hijo de los
nuevos vecinos. Nuestros padres se fueron conociendo mientras yo y él nos
hicimos muy buenos amigos. De hecho, era el único amigo que tenía allí. Nuestros
padres organizaban excursiones y barbacoas en nuestra casa, íbamos todas las
mañanas a la playa con el flotador que me regalaron sus padres.
Fabio y yo nos
parecíamos mucho tanto físicamente como personalmente, por eso nos convertimos
en mejores amigos y pasamos verano tras verano juntos.
En verano de 2012,
Fabio y yo habíamos hecho nuevos amigos, eso no nos distanció, nos unió más.
Cada verano era mejor, pero yo notaba a Fabio diferente.
La última semana de
verano se acercaba y era hora de decir adiós a todo lo bueno.
Un buen día me desperté y fui buscar a Fabio a
su casa, sólo encontré el flotador en la puerta. Lo busqué por todos los sitios
donde Fabio y yo habíamos estado durante aquellos veranos inolvidables, pero
sólo quedaba el flotador deshinchado. Mis padres me dijeron que Fabio se había
ido y no volvería.
Me aferré a la
esperanza de que Fabio regresase, pero nunca lo hizo. Al final, el flotador era
lo que quedaba de los mejores veranos de mi vida; por eso, lo mantuve conmigo
mucho tiempo, hasta que decidí que ya era hora de guardarlo.
Joana Espriu 2nA
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