Un día mientras caminaba, mis ojos vieron, algo que nunca
un humano había visto antes.
Pequeño como una lata de Coca-Cola, redondo como una
pelota, pero fuerte, muy fuerte…Sus ojos, redondos como platos, reflejaban todo lo que
pasaba a su alrededor. El pelo era como una catarata de oro, liso y esponjoso,
sus patas eran tan cortas que su barriga tocaba el suelo. Llevaba un sombrero.
Sus manos eran tan pequeñas que apenas podían sujetar un
mísero vaso de leche. Iba vestido con túnica de lino blanco y llevaba unas
gafas parecidas a las de mi abuela Dolores. Al principio me produjo un poco de
miedo pero… cuando lo miré me di cuenta de que era un ser dulce. Transmitía
una enorme bondad y algo indescriptible que sólo los duendes pueden transmitir
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