Me llamo Rubén García y tengo 14 años. Muchos dicen que soy un chico
bastante raro y friki. Tengo el pelo rubio muy oscuro peinado hacia
arriba, unos ojos marrones profundos, pero con un toque de verde, la
cara sana y sin granos por suerte, soy bastante alto para mi edad, de
carácter soy tímido y cerrado con las personas por eso me cuesta hacer
amigos. Vivo con mi hermana pequeña de tres años y mis padres.
A
partir de los seis años mis padres me notaban raro y más cuando me
escuchaban hablar solo por las noches, entonces un día me llevaron a un
psicólogo y fue allí donde supieron que tenía esquizofrenia. Desde ese
día tenía que ir al psicólogo todas las tardes de lunes y viernes.
Un
verano nos fuimos de vacaciones a Almeida (Portugal) y allí conocí a un
niño de mi misma edad de siete años. Me dijo que se llamaba Floty, sí,
extraño nombre. Era un poco más bajo que yo, su color de pelo era un
marrón muy intenso y llevaba un flotador de pato alrededor de su cadera.
Faltaba poco para terminar las vacaciones, entonces Floty me dijo si
podía venir conmigo un tiempo y yo contento se lo dije a mis padres.
Ellos extrañados dijeron que sí no muy convencidos. Todo el trayecto me
lo pasé jugando con él, fue un viaje muy divertido.
Pasaban los
meses todo iba genial, hasta que un día llegando del colegio no encontré
a Floty y era extraño ya que siempre me esperaba en mi habitación, me
preocupé y se lo dije a mis padres, ellos con cara de preocupación me
dijeron que me sentara en el sofá que tenían que hablar seriamente
conmigo.
Fui a sentarme y allí fue cuando no me podía creer lo que
estaba escuchando. Me contaron sobre mi enfermedad y de qué se trataba.
Entonces recordé a mi amigo y pregunté por él, sus palabras me
sorprendieron y a la vez me entristecieron: “Rubén, tu amigo es un
flotador que compramos en las vacaciones de Portugal, nunca fue real ese
tal Floty, y para que te cures de tu enfermedad he guardado el flotador
en un lugar secreto. Lo hacemos por tu bien”. Me sentía triste, pero
los entendía tenía que recuperarme y hacer nuevos amigos reales, les di
un gran abrazo mientras ellos decían que era lo correcto.
Ahora
ya, estoy curado de la enfermedad y cada vez que puedo subo al desván a
ver aquel flotador de pato viejo y deshinchado que me hizo pasar la
mejor infancia que un niño puede tener.
Vero Pinilla 2n A d'ESO