Era un día normal, como cualquier otro, de repente mi amiga Laura me
dio una invitación para ir a su fiesta de cumpleaños el domingo por la
tarde. Pregunté a mis padres si podía ir y dijeron que sí, así que le
envié un mensaje diciéndole que iría.
El día anterior fui a comprar los regalos, uno era una pulsera azul y rosa, muy bonita y el otro regalo era un libro.
¿Sabéis
que paso cuando fui a comprar el segundo regalo? ¡Que Laura estaba en
la tienda!, pero mi madre cogió un periódico para disimular, pero creo
que no funcionó.
Después de las compras, me encontré con unas
amigas que también iban a ir a la fiesta. Hablando con ellas me enteré
que ¡la fiesta era de disfraces!, me quede de piedra, así que tenía que
pensar rápido ya que la fiesta era el día siguiente. Pasé todo el día
buscando y no encontré nada.
A la mañana siguiente, seguí
buscando un disfraz que ponerme. Por casualidad encontré un flotador en
el armario con forma de pato, y eso me dio una idea… ¡bingo!, ire
disfrazada de pato, así que pensé, cogí ropa oscura, de color negro para
ser mas exactos, luego coji el flotador, le até unas cintas de color
negro y ¡disfraz hecho!
Cuando llegué a la fiesta todos iban con
disfraces de princesas, vaqueros, piratas, caballeros, algún dragón… ¡y
mi patito!, he de decidí que en ese momento me sentí orgullosa de mi
disfraz, ya que me había quedado bastante bien. Nos lo pasamos muy bien
en la fiesta, hicimos algún combate con el dragón y decoramos marcos.
Pero
llegó la hora de irse a casa, cuando llegué me quité el disfraz y me
fui a dormir feliz, pensando en el próximo disfraz que haría.
Desde ese día he guardado el flotador en el armario con mucho cariño.
Xènia Caballé Ibars 2nA ESO
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