Me escondí en el bosque. Entre unos matorrales bajos, aunque lo suficientemente altos para esconder a una persona agachada. 
Intenté
 sacarme su imagen de la cabeza, pero cada vez que lo intentaba lo 
recordaba con más intensidad. Su altura, debía medir más de dos metros, y
 su cuerpo esquelético no era lo que daba más miedo. Te asustaban de 
verdad sus ojos negros, que parecían fundirse con la pupila, rodeados de
 un rojo intenso que debería ser blanco. 
Tenía la cara llena de 
cicatrices, eran pequeñas y profundas. De sus labios finos brotaba 
sangre que se secaba a la altura de su cuello. Vestido con ropas negras 
daba la impresión de ser la propia muerte. Sus manos estaban 
ennegrecidas por la suciedad del arma que empuñaba, un cuchillo bastante
 afilado. 
El recuerdo de su voz grave seguía perforando mis 
oídos. El sonido de sus pasos perfectamente calculados, retumbaban en mi
 mente. Su mirada asesina, los sonidos extraños que hacía con su boca, 
las palabras que pronunciaba en un idioma que no conocía… Estaba 
asustada, realmente asustada. 
El crujir de las hojas me advertía 
de que alguien se acercaba a paso lento. Me quedé inmóvil, mi cuerpo no 
reaccionaba a las órdenes que dictaba mi cerebro. Sabía dónde estaba, me
 había encontrado. Entonces lo vi, como nunca antes lo había hecho. 
Araceli Gracia
2n ESO A

 
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