Ya son treinta y seis los días sin lluvia. La tierra esta reseca, los
árboles están tristes. Incluso da la sensación que los pájaros han
dejado de piar. Se palpa tensión en el ambiente y los ánimos han
empezado a decaer. Cuando el viento sopla con fuerza levanta nubes de
polvo que dificultan la visibilidad. Huele a resignación y a
desesperación.
Cerca de las cinco de la tarde he
observado con alegría la llegada de unos grandes nubarrones por el
norte. Se acumulan en mi interior sentimientos contradictorios. Por un
lado la esperanza que estos nubarrones culminen en un gran chubasco y
por otro el miedo a una posible reiterada decepción.
Una gota
choca contra el cristal de mis gafas, después otra, y otra, y otra… Ya
era un hecho, estaba lloviendo. En pocos segundos empiezo a percibir ese
agradable y esperado olor a tierra mojada. Puedo contemplar como el
patio en el que me encuentro se llena de pequeñas burbujas que emergen
de un suelo incapaz de absorber la fina lluvia. El aire parece más puro y
los animalillos parecen danzar un ritual de agradecimiento.
No
ha sido una larga tormenta pero sí intensa. Cuando vuelve a lucir el
sol la atmosfera es más pura i más nítida. Los rayos de sol hacen
brillar el paisaje y de pronto apareció un gran arco iris. Tan claro
como nunca lo había visto.En un solo día he tenido el placer de experimentar tres sensaciones totalmente diversas. Ha sido un gran día.
Raúl Martínez
2n ESO B
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